martes, 6 de marzo de 2012

COMENTARIO SOBRE MI LIBRO:

Diario de Rosalind Schieferstein
Cristina Pizarro

Con versos que abrevan en el I Ching, en las tradiciones antiguas y en los libros sagrados, pero que a la vez echan raíces en la cotidianeidad, en los deseos, las búsquedas y los sueños, Cristina Pizarro nos invita a compartir su universo expandido en este Diario de Rosalind Schieferstein.
En algunos poemas (Libro amante, por ejemplo), la autora señala a la literatura como constituyente, a las lecturas y los sueños de la infancia como elementos primordiales de la constitución de una realidad ampliada, del universo expandido al que hice referencia anteriormente.
Poeta del tiempo que no obstante aspira a la eternidad, ser terrenal con aspiraciones espirituales, escribe en la página 48:
“Buscas reclinada
                        en el humus oliente el instinto de tu carne.
Tu cuerpo
                        erguido
                                   se alza hacia Dios.”

Por momentos, aparece en este libro una escritura dialogal que actualiza, entre otros ejemplos notables, aquellos versos de Juan Ramón Jiménez: “Yo no soy yo./ Soy éste que va a mi lado sin yo verlo…”  y los de Antonio Machado: “Converso con el hombre que siempre va conmigo/ quien habla solo espera hablar a Dios un día.”
Hay en estas páginas un reconocimiento del valor del misterio, misterio que remite a lo secreto, a lo esotérico, pero que también alude a la connotación misteriosa de la palabra poética:
            “Y en el centro
                        el embrión del misterio”       (página 59)

                        “…no descubras el secreto.
La clave de la alquimia.”                   (página 103)


El deseo como energía vital está también presente en estas páginas, al igual que la serie de percepciones sensoriales que abonan ese deseo. Rosalind está “sedienta de vida” y elabora un “tiempo infinito” que por un instante cancela el devenir y la dependencia temporal.
Pero el deseo, y la vida, también muestran sus costados sombríos, porque siempre hay “huellas borrascosas/ que dañaron/ las células sedientas/    /en el deseo/ quedan/ los escombros de la tempestad.”
Una esperanza de salvación sobrevuela estas páginas, aun en los pasajes más dolorosos del libro. Parafraseando a Hölderlin podríamos sostener que para la autora: “donde abunda el dolor, crece lo que salva”.
Esperanza y desesperación, tierra y cielo, luz y opacidad, espíritu y materia, dioses y mortales, Cristina Pizarro se ha propuesto en este libro la muy difícil tarea (que responde seguramente a una aspiración de vida) de encontrar el balance, el equilibrio  —siempre esquivo— entre pares de opuestos:

“navegar entre la tierra y el cielo
deambular entre los sentidos y la mente
ondular entre la pasión y la inteligencia
atrapar la unión entre el amor y la sabiduría.”


Y hay que convenir con ella que en la literatura, como en la vida, bien vale la pena el intento.

 Osvaldo Rossi

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